Bio

Buscando la democracia

El poder de la cultura es inmenso y la comunicación de las ideas puede transformar el mundo.

Por Carlos Puente Martín

El año 2019 estará repleto de conmemoraciones y no todas son buenas sino, más bien, todo lo contrario. No sólo porque se recordará el 80º aniversario del inicio de la más sangrienta de las guerras hasta entonces conocidas provocada por el criminal régimen nazi, sino también por el fin de la más incivil de las guerras internas españolas y el recuerdo del 100º aniversario del Tratado de Saint-Germain-en-Laye, que convirtió en un mosaico el mapa del antiguo Imperio austrohúngaro en Europa central.

Recuerdo que en los años 50 del pasado siglo XX mi abuelo me llevaba a las reuniones que mantenía con sus correligionarios socialistas en la trastienda de una carnicería sita en la calle de San Mateo de Madrid. Mientras yo comía el bocadillo de chorizo escuchaba las discusiones de los republicanos socialistas, a quienes me niego a llamar perdedores, ya que perdedores fueron todos los españoles. Era la forma de los socialistas para combatir la dictadura, a pesar de que algún gracioso argumentara que "era un partido de cien años de honradez y cuarenta de vacaciones".

De mis ancestros aprendí a leer con avidez y a analizar las noticias, despertando en mi la afición de escuchar las emisoras de radio de onda corta que emitían programas en español para España y América como única fuente fiable de los acontecimientos que sucedían en mi propio país. Aun recuerdo las sintonías de la BBC de Londres, Radio Nederland de Hilversum, Deutsche Welle de Colonia, ORTF de París, la Voz de América (VOA) de Washington, Radio Suecia de Estocolmo, Radio Nueva York..., además de las numerosas emisoras de radio situadas tras el telón de acero que eran tan poco fiables como las que transmitían el parte a golpe de corneta en la España franquista.

Hablando una tarde con Enrique Múgica en mi casa, recordábamos los viejos tiempos en los que Julián Antonio Ramírez y Adelita del Campo, republicanos exiliados en París, eran los locutores de las emisiones que se transmitían en español desde la capital francesa, a quienes conocíamos personalmente. Está pendiente un merecido homenaje al papel fundamental que desempeñaron las emisoras de radio de onda corta en la transición española. La VOA dejó de emitir sus programas en español hacía España tras los acuerdos de Estados Unidos con el Gobierno del general Franco.

Al llegar a la universidad presencié una situación nueva donde existían intereses contradictorios y diferentes de los que había en el Instituto San Isidro, donde conocí al profesor de Formación del Espíritu Nacional, que era un falangista con un comportamiento intachable y en ningún momento sectario. En la Facultad era diferente, especialmente en la de Ciencias Políticas, donde un profesor se presentó como "comunista, ateo y masturbador". Este profesor sólo me vio el pelo el día del examen y sufrí una represión política. Acudía a las asambleas en la Facultad de Derecho y en la de Ciencias Económicas, donde se recibía información local, especialmente relacionada con la presencia de los grises y el apaleamiento o detención de algún estudiante. Pertenezco a esa generación de universitarios que realizaron más huelgas que exámenes y donde las clases sólo cubrieron la mitad de los temarios de las asignaturas. Muchos de los estudiantes de Económicas de la promoción de 1974 nunca escuchamos de nuestros profesores la explicación de la Crisis de 1929, pero los muros de las facultades estaban llenos de pintadas con una inmensa variedad de siglas: FN, PCE, FE, PCPE, ORT, PTE. etc., que nos informaban de la actualidad política. En 1972 se declaró un boicot a los exámenes en Económicas de Somosaguas como muestra del quijotismo estudiantil.

Siempre he creído que las revoluciones en el mundo moderno se realizan en el seno de las élites o de las bien situadas en el sistema económico. Escuché a muchos compañeros que la revolución se desarrolla en la calle, arrojando piedras a los policías, quemando mobiliario urbano o participando en huelgas y paros. Sin embargo, estaba convencido de que la verdadera revolución se realiza acudiendo a clase y trabajando para poder tener los necesarios conocimientos para debatir con la oposición ideológica. ¿De qué sirve ser marxista si no se ha leído a Marx? Comprendí que el poder de la cultura era inmenso y la comunicación de las ideas podía transformar el mundo. Recuerdo la publicación del artículo La pena de muerte, dirigido por nuestro profesor Carlos García Valdés, que después sería el primer director general de Prisiones, publicado en el Suplemento nº36 de Cuadernos para el Diálogo, en 1973, escrito con la colaboración de los compañeros del curso de Derecho Penal en la Facultad de Derecho. Era el primer artículo que se publicaba contra la pena de muerte. Las ideas democráticas calaban en la sociedad y en los futuros dirigentes de la transición española.

Se podía tener acceso a la información de lo que sucedía en el mundo bien escuchando las emisoras de onda corta bien viajando al extranjero, una de las pocas libertades reconocidas por la dictadura. Yo utilizaba ambas y organizaba viajes en destartalados autobuses a París, ciudad que considerábamos la cuna de todas las libertades, y aprovechaba para llevar a los compañeros de la universidad a la sede del ORTF en la avenida del presidente Kennedy de París. También acudíamos a la librería china, donde robábamos todas las publicaciones consideradas propaganda peligrosa por el régimen del dictador y, por supuesto, esa larga lista incluía El Libro Rojo de Mao. El problema se nos presentaba al cruzar la frontera franco-española de regreso a Madrid, pero la experiencia me había enseñado que, como la represión en España no sólo era política sino también sexual, había que utilizar un ardid infalible: colocar una revista erótica, Playboy o Lui, encima de las obras perniciosas de Ruedo Ibérico o de la Casa de las Américas de La Habana. No fallaba. El guardia civil, que husmeaba en nuestros equipajes en busca de propaganda subversiva, se detenía al ver una espectacular rubia con sus pechos al aire y no seguía buscando. Así llegaron a mi biblioteca multitud de libros prohibidos, entre ellos el Romancero de la Resistencia española.

Era una generación que había llenado sus neuronas de ilusiones, creyendo en un futuro con una España democrática, como las que existían al otro lado de los Pirineos. Muchos hablaban del Mayo francés de 1968 pero pocos habían participado. El tiempo se encargaría de demostrar que la revolución, que en España se llamó transición, la habían realizado desde dentro del sistema por los que poco tiempo antes vistieron camisa azul y pantalones cortos. Yo he tenido varios amigos falangistas que eran personas intachables y honradas, leales amigos y personas cultísimas. He aprendido de grandes profesores que cuando impartían sus enseñanzas se hacía un silencio sepulcral en el aula. Eran auténticos maestros que transmitían sabiduría, porque eran sabios. La transición se encargó de erradicar esa categoría humana y sustituirla por el charlatán, el profesor doctrinario y, muchas veces, inculto, que desconocía la asignatura que impartía. El problema de la universidad en la transición, y en la actualidad, no son los estudiantes sino la deficiente formación de los profesores.

El dictador que dirigió el país con mano de hierro durante casi cuarenta años finalmente murió en la cama, lo que demuestra que aquellas manifestaciones, huelgas, paros y enfrentamientos con la policía del régimen no fueron tan eficaces. Y todos aquellos políticos que nacieron durante los estertores del régimen, enarbolando una sopa de letras de partidos políticos, no resistieron la fuerza de las urnas. En las primeras elecciones democráticas de la transición española, el 15 de junio de 1977, los movimientos y partidos políticos más activos durante la dictadura no obtuvieron la representación que esperaban. En el Congreso de los Diputados, la Unión de Centro Democrático obtuvo 165 escaños, el Partido Socialista Obrero Español 118, el Partido Comunista de España 20, Alianza Popular 6 y los 25 escaños restantes se los repartieron otros minúsculos partidos. Y en el Senado ocurrió algo parecido, pues la UCD obtuvo 106 senadores, 35 el PSOE, 16 Senado Democrático, 12 Entesa dels Catalans, 10 el Frente Autonómico y el resto de partidos por debajo de 3 senadores. La transición en España nació en la década de los años 60 del siglo XX cuando comenzó la industrialización del país y cuando los españoles comprendieron que conducir un SEAT 600 era un signo de modernidad, pero muchos ciudadanos tenían dos y tres empleos para pagarlo. La desaparición del dictador y el desmontaje del régimen, como si fuera un Meccano, que realizaron españoles de la misma ideología que lo montaron cuarenta años atrás, no puso fin a la violencia y los crímenes de los últimos restos de la extrema derecha y de la ETA. Una experiencia que conviene no olvidar.

El ingenioso hidalgo ha despertado de su letargo para sentenciar que "este es otro partido socialista" pero no se sabe si se refiere al actual o a aquel que en Suresnes, en octubre de 1974, los que en otro momento vistieron camisa azul, demostraron ser otro partido y dieron la puntilla a los históricos en un acto que bautizaron como renovación. Ni mis amigos más de derechas usaron nunca tal uniforme que pasearon algunos políticos e intelectuales de la Transición. A la política ha llegado de todo, incluso el narcisismo de la mano de Pedro y Pablo.

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Carlos Puente es economista y abogado y miembro de la Junta Directiva de FACUA.

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